Cerré los ojos y se me empezó a nublar la mente. Los colores y las luces se entrelazaban en remolinos confusos sin pies ni cabeza. Poco a poco, empezaron a condensarse en forma, y las formas me contaron algo. De repente, todo lo que deseaba y todo lo que temía se organizó en una historia, que fue desarrollándose poco a poco, sin mi ayuda, y sorprendiéndome a mi misma.
Me sentía como si estuviera en un palco, viendo desde arriba una obra de teatro. Me vi entre los personajes, y vi también a las personas más cercanas a mi. Las escenas eran escenas de mi vida que seguían su propio curso, rumbo al futuro que yo no conocía aún. Pude ver lo que sería de mi y de mis problemas, de mis relaciones y anhelos, de mis proyectos y ambiciones. Así supe lo que tendría que hacer. Así supe cómo burlar al destino, cómo engañar al futuro, cómo manipular las situaciones para solucionar mis conflictos y lograr lo que quisiera.
Podría hacer todo esto, porque mis sueños me estaban enseñando el futuro. Mi subconsciente sabía lo que iba a pasar.
Sin esperarlo, la luz fue inundando la sala. Yo me elevé, como flotando, de mi asiento en el palco del teatro de mi vida y fui subiendo hacia la luz. Empecé a tomar consciencia de que me encontraba en mi habitación y de que ya se hacía de día. Traté de aferrarme a lo que el sueño me había revelado pero no hubo forma.
Sabía que no podría ser tan fácil, que la vida no me revelaría sus planes para conmigo. Me resigné a perder lo que había visto, y a despertar como una mortal más que caminaría la Tierra en este día, intentando conciliar sus deseos con sus limitaciones.